“El mundo del libro está tan vivo como en estos 40 años”. Hablamos con libreros malagueños
Al escritor malagueño Salvador Rueda le debemos un bochornoso dicho sobre la ciudad: ‘Málaga, la de las cien tabernas y una sola librería’. Y qué cierto por aquel entonces, cuando era la capital con menos librerías por habitante de toda España. Un título lamentable para una ciudad que ha visto crecer a escritores de la talla de Vicente Espinel, Emilio Prados o Manuel Alcántara.
En ocasiones pensamos en las librerías como ciudades huecas, pozos de papel y madera, solo visitados por románticos que, enfermos de nostalgia, aún de vez en cuando cruzan sus umbrales para ojear los libros como quien observa huesos de dinosaurio en la vitrina de un museo. Nada más lejos de la realidad.
Cruzar la puerta de Abadía se asemeja a los pasajes de cualquier cuento infantil, en el que un ser mitológico te permite pasar el puente siempre y cuando resuelvas su adivinanza. Debimos acertar, porque el biombo de mimbre oscuro se hizo a un lado, y pudimos atravesar el arco de la entrada donde Francisco Soler nos espera.
Las estanterías de metal azul se extienden sobre nuestras cabezas hacia el cielo, inmensas y repletas de tantas obras que no caben siquiera en nuestros ojos. Una pena no poderlas recorrer. “Antes se entraba libremente, pero queremos ser estrictos con la seguridad sanitaria y preferimos sacrificar hasta cierto punto algo de ventas, pero mantener un nivel alto de seguridad para los clientes y para nosotros mismos” – nos explica el vendedor de libros usados.
Con el acceso limitado, aquí hay que venir con las ideas claras. “O lo ven por la página web, lo piden y lo recogen; o me preguntan desde la puerta y si lo tengo se lo vendo”.
Preguntamos quiénes. Quiénes, ataviados de abrigo y cubrebocas, asoman sus cabezas por aquella angosta ventana, que deja entrever preciados tesoros, sin que ellos los puedan alcanzar. Quiénes se asoman a la promesa de tiempos mejores.
“Todo tipo de público, desde un niño con sus padres hasta un señor de cerca de 100 años, que viene en silla eléctrica”. Vienen todo tipo de gentes. De hecho, la primera persona que entró en la librería, el mismo día de su apertura en el año 2000, aún sigue yendo como un devoto a su iglesia, a ver qué nuevas maravillas puede encontrar.
“Las ventas de calle han bajado y las de internet han subido, pero el balance no es mejor que antes, digamos que internet ha compensado un poco, pero las ventas en conjunto han bajado”. No son tiempos fáciles. No es que escaseen los tesoros, es que a veces se nos olvida donde mirar.
Salimos de aquella habitación blanca y volvemos a una Málaga bulliciosa, que no para ante su escaparate, que sigue adelante, absorta. Desde fuera parece que la librería es víctima de alguna clase de hechizo que impide a quienes pasan ver lo que realmente esconde. Debe ser que nosotros somos los únicos que saben lo que hay en su interior. Debe ser que el resto del mundo ve una ferretería.
Un poco más adelante, Juan Manuel Cruz y Carmen Niño llevan casi cuarenta años abriendo cajas de cartón, desempolvando estanterías, colocándolos con mimo. Escaleras arriba, apoyados en una barandilla de metal blanco, sobre las cabezas de los clientes, podemos verlo todo. Es un local amplio, con más libros de los que podamos contar.
Tampoco ha sido sencillo para ellos. “Creo que todas las librerías estamos en una situación parecida, el personal que teníamos y tenemos ahora mismo están en ERTE porque la venta global de la facturación ha descendido en torno a un 30% y eso no nos permite mantener las mismas condiciones que antes. Lo cierto es que no se ha vendido más en librería. Nosotros tenemos página web y sí es verdad que se ha vendido más por internet, pero nunca para suplir lo que se ha perdido”, nos explican con voz amable.
Esas pérdidas suponen un golpe más para un sector ya de por sí magullado. Pero aún le queda futuro. Lo dice Juan con la esperanza en los ojos: “hace 5 o 6 años el público mayoritario estaba por encima de los cincuenta. Afortunadamente ahora, nosotros lo vemos todos los días, hay un aumento muy significativo de público joven. No hay nada más que echar un vistazo a lo que hay ahora mismo. Entenderéis que eso nos llena de orgullo y de alegría porque significa que el mundo del libro está tan vivo como ha estado en estos cuarenta años”.
No le falta razón, un grupo de estudiantes ojean la sección de narrativa; una niña cruza la puerta de mano de su madre hacia la sección infantil; y un hombre, que no supera los treinta, espera que Carmen encuentre el ejemplar que busca. Nosotros también nos emocionamos. ¿Quién no?
Dejamos atrás aquel mundo, con los rayos de un sol de invierno iluminando su nombre. Rayuela, en metal plateado, nos guiña con complicidad y de repente nos invade la certeza de que la literatura es eterna.
Justo enfrente, casi sin quererlo, tropezamos con una extraña visión. Una Isla Negra nos espera al otro lado de la calle. Nunca nos habríamos perdonado no entrar. Sobre sus paredes negras descansan documentos del siglo XVI, escritos y firmados a mano; cuadros de trazos irregulares y rostros de ojos tristes; libros de tapa dura, curtidos por los años; fotografías sin color.
“Somos tanto librería como galería de arte contemporáneo, entonces funcionamos en los dos ámbitos y todo lo que veis está en venta”, nos explica Marta Neroj desde el otro lado del cristal. Escaleras arriba, diez estanterías de libros usados, del siglo XX y XXI, los más demandados por los jóvenes, observan nuestra entrevista.
“Estos dos meses desde que hemos abierto, desde el confinamiento, yo he visto bastante movimiento en el mundo del arte”. La literatura es otra historia. “Se nota que entran un poco menos de personas, sobre todo por el tema de que hay poco movimiento en la calle. Entonces, la gente que nos conoce sí que viene o compra por internet, pero la gente que no muchas veces no puede conocernos porque no se desplazan tanto por el centro”.
Esta pandemia infecta hasta a los libros. Por eso toca reinventarse. “Nosotros como librería estamos desarrollando nuestras redes, la página web la estamos reconstruyendo. La verdad es que mi jefe cree que en internet es donde vamos a tener más futuro ahora”.
De nuevo esa palabra. El futuro llamando a sus puertas, a las nuestras, para recordarnos que los libros no son algo que podamos dejar atrás. Todo debe decirse, nuestra Málaga está lejos de parecerse a la de Salvador Rueda. Las librerías (Proteo y Prometeo; Códice; Áncora; Jábega; Luces) han poblado sus calles, los malagueños aún se aferran a las letras como salvavidas de todo desastre y los libreros continúan ejerciendo de centinelas.
Escribía Guillermo Busutil: “sólo quedan algunos náufragos en esos establecimientos de penumbra y madera, entre mapas, ediciones antiguas y volúmenes de segunda mano con dedicatoria extraviada”.
Sólo, dice, como si fuésemos pocos.
Autora del artículo: Ana Eva Jiménez
La lectura y el mundo de los libros me fascina. Un país que lee, es un país culto e inteligente.
Es que donde se ponga un buen libro #apoyemoslacultura
Ahora es un mal momento para todos los sectores, pero a los que nos gusta la lectura, para comprar un libro siempre hay tiempo, y es que la magia que te da leer un libro en papel es tremenda, ni punto de comparación con los formatos electrónicos.
Las librería son lugares mágicos que nos transportan a otros mundos llenos de misterio, intriga, emociones, risas…..
A mi también me encanta leer y en estas librerías que comentáis, cuando voy, me paso un buen rato, porque me gusta el ambiente, ese olor a libro nuevo y nunca voy con alguna compra predefinida, me dejo llevar por el instinto del momento.
Lectura = Cultura
Así que apoyemos a nuestros libreros 🙂 🙂