Cultura y Formación Postcovid-19
Una de las cosas que ha puesto de relieve esta pandemia es que la pirámide de Maslow sigue vigente y es útil para explicar muchos comportamientos humanos individuales y colectivos.
En situaciones extremas, todas las decisiones y acciones se centran en lo básico, lo imprescindible para la vida, entendida ésta en su dimensión fisiológica. Lo que implica atender de forma prioritaria las necesidades básicas y de seguridad. Así, en los momentos más duros del confinamiento y el estado de alarma, todo se paraliza, a excepción de lo considerado como básico-imprescindible-fundamental-.
¿Y el resto qué? Es interesante mirar hacia esas duras e intensas semanas para identificar cómo hemos satisfecho el resto de necesidades.
El Estado (incluyendo en este concepto todas las instituciones públicas locales, autonómicas, nacionales, etc) se ha hecho cargo de lo básico. El resto de la sociedad ha tratado de compensar, contener y aportar según la capacidad y conocimiento de cada uno. En momentos complejos, de alta tensión y total incertidumbre, la reacción más espontánea es la generosidad. Los individuos se unen buscando la fortaleza y el apoyo en la unidad y lo colectivo adquiere un alto grado de protagonismo. No es cuestión de coste ni de precio. Lo importante, en esos momentos, es compartir para apoyar, para eliminar el miedo propio y de los demás, tratar de consolar, e incluso, satisfacer la necesidad de “autorealización”: ser útil. Aún recuerdo las declaraciones de un deportista de élite cuando le agradecen una donación económica: “necesito sentirme útil. Yo sólo sé jugar a futbol. No puedo hacer nada para ayudar en estos momentos”.
En cierto sentido, la interrupción brutal de la vida normal -tal y como la conocíamos- nos ha desestabilizado a todos. Hablábamos de “incertidumbre” desde la experiencia de una rutina. Ahora hemos experimentado realmente la incertidumbre. Un impacto súbito que altera el 100% de nuestra realidad. Hay una frase de Mario Benedetti que describe cómo nos encontramos ahora: “Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas”
La Covid-19 nos ha recordado algo sencillo: lo básico para la supervivencia se sitúa en las necesidades fisiológicas y de seguridad.
El resto de las necesidades que como sociedad evolucionada satisfacemos a nivel individual y colectivo no han dejado de ser importantes, ni han pasado a ser prescindibles. ¿Qué ha pasado entonces? Sencillamente, el confinamiento y las restricciones de movilidad y relación que han derivado del mismo, han puesto en cuestión la forma que teníamos de satisfacer dichas necesidades.
El primer gran impacto de la pandemia durante las semanas más duras ha tenido como denominador común la tecnología y la creatividad. De la mano de las tecnologías y con dosis infinitas de creatividad, se han satisfecho las necesidades de relación social, educación, cultura, diversión, e incluso autorrealización.
Hemos visto y disfrutado de orquestas y coros cuyos integrantes han sabido coordinarse para ofrecer momentos memorables; artistas más o menos conocidos han ofrecido primicias y hasta miniconciertos desde sus casas. Cocineros reputados han compartido recetas para que pudiéramos aprender a hacer, desde pan hasta platos muy elaborados, cada cual según su capacidad y habilidad. Hemos hecho deporte, aprendido a bailar, practicado yoga…
De igual forma, estas semanas hemos podido aprender cualquier disciplina. Cursos, jornadas, charlas, por supuesto todo digital en formato on line o virtual de contenidos de lo más variado y variopinto.
Junto a la salud que, si siempre ha sido un servicio básico y esencial, ante una pandemia ha tomado un protagonismo fundamental e indiscutible, las prioridades sociales y políticas se han centrado en los elementos considerados de primera necesidad, y por tanto, relacionadas con la alimentación, la seguridad, o suministros estructurales -luz, agua, o infraestructuras de comunicación y datos-, entre muchos otros.
Para todo lo demás, los profesionales y empresas de los sectores cultural y formativo hemos aportado para construir, para sostener, para ayudar alimentando el alma y la mente. Conscientes de que el conocimiento y el arte no son elementos superfluos para la supervivencia intelecto-emocional de las personas y la sociedad.
La sorpresa viene cuando empieza la desescalada, que es como se ha denominado al proceso progresivo de salida del confinamiento.
En los primeros momentos de esta desescalada, titulares, comentarios, encuestas, etc han manifestado las prioridades de la sociedad: bares, futbol, restaurantes, playa… Todo esto puede ser hasta lógico en un principio, como muestra de un deseo de olvidar los momentos difíciles aspirando a volver a disfrutar.
Pasada la eliminación de la angustia la aspiración de normalización debería incorporar todos los elementos que constituyen una vida equilibrada y normalizada. Así, de igual forma que la desescalada física es progresiva, debería ser progresiva la normalización de todas las actividades.
Cuando se sufragan las necesidades básicas [alimentos, ropa, techo…] de forma gratuita siempre se dan las siguientes circunstancias:
- Es gratuito para el receptor, pero alguien -personas físicas o jurídicas- lo sufragan.
- Quien lo consume se autoconsidera “necesitado”, es decir, no capaz de satisfacer la necesidad por sus propios medios.
- La aspiración, tanto de dador como de receptor es resolver la incapacidad personal de solucionar la dificultad de fondo para llegar a la plena autonomía.
Frente a los alimentos u otros productos similares, las actividades culturales y/o formativas, cuando se ofertan en modo de gratuidad:
- Es a coste de los artistas o formadores, es decir, son los proveedores de los servicios quienes los facilitan sin compensación económica alguna.
- Quienes los consumen no tienen conciencia de “indigencia o necesidad”. Sencillamente, es un consumo fácil y rápido.
- La aspiración de los usuarios-consumidores es mantener la situación. De hecho, estas premisas mentales subyacen en acciones como la piratería y otras prácticas inadecuadas cuando no ilegales relacionadas con los bienes intangibles.
¿En qué consiste la llamada “nueva realidad” para las actividades culturales y/o formativas?
Desde el punto de vista comercial, monetizar las actividades culturales o formativas está resultando un gran reto. Y es que, tras unas semanas consumiendo gratuitamente contenidos culturales y formativos, se ha reforzado una tendencia generalizada a minusvalorar estos productos y servicios. ¿Por qué pagar por algo que puedo obtener “gratis”? Pero ¿quién ha dicho que la cultura o la formación son servicios gratuitos?
Cualquier respuesta a esta pregunta debe obviar intentos de considerar una vuelta a ningún ayer-pasado que ni va a volver ni sería deseable que así fuera.
En este sentido, la premisa fundamental es abrir la mente de par en par.
En segundo lugar, sean cuales sean las posibles soluciones o alternativas que devuelvan la categoría de industria a estas actividades, pasan en su gran mayoría, por el uso intensivo de las tecnologías que se han demostrado como un instrumento de primera necesidad. Tanto en el plano personal como en el profesional, las opciones que se han demostrado útiles y eficaces tanto para resolver situaciones cotidianas, como para relanzar proyectos empresariales -inicialmente bloqueados- han encontrado en el uso de la tecnología opciones y soluciones realmente útiles.
En tercer lugar, el factor humano. Ningún avance tecnológico ni instrumental es realmente eficaz si no cuenta con la capacitación y dimensión humana. De una parte, las habilidades y competencias necesarias y requeridas para, por ejemplo, adoptar de forma eficaz las tecnologías. Y, sobre todo, los cambios de mentalidad que se manifiestan como imprescindibles para la transformación a la que nos vemos abocados. Esto es uno de los hechos que ha evidenciado la Covid-19: que el cambio mental no se ha producido ni en la intensidad ni en el ritmo que ha cambiado nuestra realidad.
La llamada “nueva normalidad” no lo será mientras la mayoría de las expresiones sean “volver-volveremos-como antes…-“. A lo que sí nos enfrentamos es a una nueva realidad. Y como nueva, es diferente y distinta y, por tanto, desconocida en muchos aspectos. Y esa nueva realidad, para convertirse en “normal”, va a exigir -ya los está exigiendo- esfuerzos individuales y colectivos. Los más difíciles, los que suponen el abandono definitivo de formas, procedimientos, estilos o costumbres, por muy arraigados que éstos estuvieran en nosotros.
En estos momentos hay una pregunta habitual: “¿Qué es lo que hay que hacer? Pero probablemente la pregunta importante es “¿Qué es lo que no hay que hacer?”, de forma que no incurramos en los mismos errores.
¿Cuál es el futuro-presente de las actividades culturales y formativas?
Para redefinir e integrar los cambios a los que nos enfrentamos, se deberán potenciar algunos hechos irrenunciables:
- Construir una mentalidad de respeto y reconocimiento al valor percibido y real de los elementos intangibles. Ni la cultura ni la formación son “gratis” ni “prescindibles”.
- Será preciso diseñar modelos de oferta y consumo en los que presencial-virtual no sean elementos nucleares, sino solo una característica más. Por tanto, la tecnología será siempre un elemento facilitador, potenciador y disruptivo que permita ofrecer e incorporar diferencias competitivas y ofertas innovadoras.
- Se hace imprescindible a los proveedores de estos servicios trabajar en construir una relación con los clientes que se base en la motivación aspiracional del logro-adquisición de un bien deseable y deseado. Lo que implica dotar a los contenidos de la relevancia y excelencia suficientes para que “pagar” por obtenerlos no resulte ni una barrera ni un privilegio, sino el necesario equilibrio en el funcionamiento normal de todo sistema productivo.
Ocurre con todos los productos y servicios en todos los sectores. Ningún negocio de panadería se plantearía como “competencia” cada persona que ha decidido aprender a cocer pan en casa. Empresas como Netflix o Spotify revolucionaron el consumo de cine o música. Y pronto, soluciones similares irrumpirán como tecnología exponencial para transformar las experiencias culturales y formativas.
El desafío para los proveedores será re-inventar la forma de hacer llegar sus contenidos, la forma de relacionarse con sus clientes y los modelos de negocio. Habrá que ir hacia modelos más sostenibles, más democráticos, más colaborativos, más lentos, y donde lo importante sean la investigación, el estudio, y el conocimiento.
Es difícil predecir el futuro desde un presente condicionado por el pasado. Pero si algo está claro, es que estamos hablando del presente. Y ese futuro-presente va a ir de la mano de la innovación y la tecnología. Va a requerir una acción en local con una visión global; y acciones globales desde la identidad local. Ese futuro-presente se basa en la alta capacidad de flexibilidad, transformación, redefinición y transversalidad.
El nuevo paradigma será que “nada es… y todo es…”. Porque será la inteligencia en hacer las preguntas adecuadas, correctas y oportunas lo que marque la diferencia.
Y lo fundamental, como para tantos otros sectores y negocios, el sector de la cultura y el de la formación, han de prestigiarse como lo que son: dos necesidades esenciales para el desarrollo de personas y sociedades cada día más libres, maduras e inteligentes. Y la mejor forma de lograr ese prestigio será siempre la respuesta del mercado en general y cada cliente en particular con su actitud de compra generosa, proactiva y aspiracional.
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Lucia Miralles – Gerente de Lambda Gestión Online
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Muy bueno el enfoque del artículo, porque describe la «nueva realidad» de ciertos sectores del mundo emprearial.